De la multiplicidad de defectos que el hombre tiene sembrado
en su naturaleza el Espíritu le protege con sus dones. En el
conocimiento limitado y falible, el Espíritu le otorga el don
de
entendimiento
; para obrar con prudencia, el don del
consejo
; para juzgar rectamente, el don de la
sabiduría
; para
el manejo de las cosas del mundo, el don de
ciencia
; en la
relación con los hombres, el don de
piedad
; contra el miedo a
los peligros, el don de la
fortaleza
; contra la seducción de los
placeres, el don del
temor.
15
El Espíritu Santo sería como el motor principal que movería la
vida del sujeto; como si éste fuera un órgano suyo. Diría que
como mi cerebro mueve mi mano: “al ser movidos por Él se
comportan como órganos suyos”, dice Santo Tomás de
Aquino.
16
De hecho lo que me ha impresionado a un nivel de
lección inolvidable es cómo San Agustín en
Las Confesiones
repite una y otra vez que descubrió que durante toda su vida
de hombre mundano, antes de su conversión al cristianismo,
a los treinta y cinco años, Dios le estaba conduciendo
llevándole incluso a las profundidades del mal, o las puertas
del Infierno, para prepararlo para la vida buena “tu mano,
Señor, en lo oculto de tu Providencia no me dejaba…pues en
ello se ven muy de manifiesto tus misteriosos
procedimientos”
17
. “Me dejabas arrebatar por el torbellino de
mis apetitos con el fin de acabar con ellos”
18
. Es
sobrecogedora esta afirmación de San Agustín, tan humana
además. Quiere decir que Dios quería que se hastiara y
cansara de los placeres para salir de ellos y abandonarlos
definitivamente. Y deja saber muchas veces, “tu me
gobernabas secretamente”. Todo el hilo conductor de sus
confesiones es seguir la forma en que Dios fue urdiendo su
vida hasta llevarlo a la culminación de la vida cristiana. Y dice
también, más de una vez, “y yo creía que me conducía”.
En este mundo extrovertido y estresado se nos escapa lo
15
Tomás de Aquino (1954),
Suma Teológica,
BAC, Madrid, 1-2 q 68 a.4
16
Idem
17
Agustín, san (2004),
Confesiones
, Claretiana, Buenos Aires, p. 128
18
Idem