dados gratuitamente por Dios y le imprimen al hombre una
energía divina. Una suerte de actitud
deiforme.
El hombre
cristiano, por ellas, actúa
en forma divina.
En el caso puntual
de los dones, Dios es la causa que pone en acción estos dones
y el hombre es instrumento de él. La teología advierte que a
pesar de esa docilidad necesaria para obedecer esta
inspiración del Espíritu el hombre actúa libremente en cuanto
se deja ir sin resistencia hacia la dirección que el Espíritu le
lleva. El libre albedrío accede sin oposición a la moción divina:
“[No] actúa como un instrumento muerto o inerte – como el
cepillo del carpintero o la pluma del escritor –, sino como un
instrumento
vivo y consciente
que se adhiere con toda la
fuerza de su libre albedrío a la moción divina, dejándose
conducir por ella y secundándola plenamente”
12
. Como hay
una actuación del hombre por el instinto sobrenatural para
seguir la inspiración divina estos dones son verdaderos
hábitos que caracterizan la vida cristiana profunda
13
.
Los humanos vivimos en perspectiva, mirando muy lejos el
final del camino que estamos recorriendo. Vivir sin esa
perspectiva es vivir en el nivel pre humano de la animalidad.
Los animales viven solamente el presente, reaccionando a los
estímulos pero totalmente ciegos a una vida diferente. Los hu-
manos no vivimos sólo reactivamente sino creadoramente
dándole estéticamente forma a la existencia.
Sin embargo, para muchos, ese futuro, esa proyección, no
tiene límites, como los que señalaba la ética humanista; se
remonta más allá del tiempo, hacia la eternidad. El futuro es
una flecha proyectada sin fin temporal, aunque con un fin
muy personal que es la trascendencia divina. La felicidad hu-
mana aproximada por las virtudes personales y los bienes de
la vida, se expande hacia una felicidad no aproximada ni limi-
tada sino a una plenitud completa y sin fin. Pero en el cristia-
nismo entran en acción otras virtudes, además de las que he-
12
Royo Marín, Antonio (2004)
El gran desconocido: el Espíritu Santo y sus dones,
BAC, Madrid, 2ª ed, pp. 100ss.
13
Cfr.
Idem,
p.105