oímos en el colegio en los primeros encuentros con la cultura
filosófica, pero no se nos dijo nunca que lo que eso implicaba
era la preocupación por sí mismo en la forma de
cura
sui,
cuida de ti. Y para ello es necesario una conducta
intimista de vigilancia continua sobre nuestros pensamientos
y nuestros actos de modo de mantenernos libres, o liberarnos,
de la dispersión de la acción desatada por la atracción de los
placeres. Con el cuidado interior nos mantenemos en una
constante afirmación de nuestro plan de vida. De nuestro
querer.
Hay que ser “completamente propio” como apuntaba Foucault
del ideal de Séneca. Esto es actuar siguiendo nuestro querer y
no nuestro desear espontáneo. Esto requiere un ejercicio
constante para desarrollar el poder, la fuerza, para rechazar el
apetito voraz del deseo que nos empuja a salir de la ruta que
queremos de modo que éste mande sobre nuestras acciones y
avasalle la voluntad. En cambio la victoria del
querer
sobre
el
deseo
(el deseo es automático, viene sin llamarlo; el querer,
en cambio, es hacer las cosas dirigido con el control de la
propia voluntad) no sólo aumenta la fuerza, la firmeza y el
poder del carácter sino que hace al hombre idóneo para
ejercer la acción de ciudadano honesto, en cuanto el ejercicio
de control sobre los deseos internos le fortalece íntegramente
3
.
Somos nosotros mismos los constructores de las virtudes en
el taller interno de nuestra voluntad que las va construyendo
mediante el ejercicio de la libertad, que como una tejedora
esforzada va haciéndolas día a día si la voluntad que la mueve
es firme y fuerte para accionar rectamente sus manos. En la
medida que van tomando forma estos abrigos del alma, que
son las virtudes, el joven va siendo capaz de postergar la
recompensa que busca, que es lograr sus metas en el tiempo
fragmentado de las horas y los días de arduo trabajo y no en
3
Cfr. Román, Marcos.
Idem.
pp. 40ss