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experiencia es como un símbolo de todo lo grande que se hace

en la vida. La comodidad perpetua es estéril como una piedra,

y pesada como ésta. La carga peor de la vida es la

improductividad que viene de la pasividad. Vivir plenamente

es desarrollar continuamente los dones que tenemos

enterrados en el alma como en una mina inexplorada y sin

identificar. Por eso la vida es una suerte de exploración en el

desierto árido de nuestra naturaleza virgen.

¿Y por qué tenemos que empeñarnos en trabajar sobre noso-

tros mismos?

Porque sentimos la vida como un

quehacer

o

tarea

que

necesita expandirse o realizarse. Hasta tal punto que la

justificación de nuestra vida depende de esto. De allí surge lo

que en los humanos llamamos la preocupación por lo que

somos. La filosofía existencialista apuntó certeramente, me

parece, al subrayar este elemento como un existenciario,

como un aspecto intrínseco al ser. La

cura sui

o

souci de

soi

(Michel Foucault)

, la sorge

(Martin Heidegger)

, la

preocupación

(José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri

,

José Luis

L. Aranguren)

como característico del hombre. No hay otro ser

viviente con esta condición. Esa pregunta terrible que a veces

nos cae encima ¿qué has hecho con tu vida? Es ésta

una pregunta que cuando viene apunta a algo interno a

la que siempre nos vemos impelidos a contestar y a justificar.

Y es que en la preocupación que nos acucia estamos

emplazados por el tiempo. Tenemos un tiempo limitado para

vivir, para realizarnos: tenemos los días contados. Esta

ecuación, preocupación (obligación) y tiempo, nos constituye,

nos marca sin que podamos escapar, a no ser por la evasión o

el autoengaño, a su constante asedio: construir una

existencia plena, hacer una vida que justifique su estar en el

mundo, su valer, nos acucia siempre y no hay un tiempo

infinito para alcanzarlo. Ni las cosas ni los animales son