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La juventud es la etapa principal de la creación del carácter

moral, por ello mismo, por ser creación se nos ocurre llamarla

estética, formalizadora, constructora; y por esa vieja

complicidad entre el bien y la belleza que mentaban los

griegos, se refuerza este nombre para terminar diciendo que

en el arte de vivir el carácter que queremos nos pide que

alcancemos el poder de enriquecerlo en cada decisión, en

cada instante, como ese golpe decisivo que daba Miguel Ángel

cada vez cuando iba construyendo el David, o cuando tocaba

finamente la bóveda de la Capilla Sixtina pintando a Adán en

el Paraíso. Pero ni en mármol, ni en yeso, construimos

nosotros nuestro

êthos,

ni en un mes, ni en cuatro años. Es

en el fértil huerto del alma y hasta el último minuto de la

existencia, y no es para recibir el aplauso del mundo, como

suele suceder con el artista exitoso, sino sólo el aplauso

mudo y silencioso de nuestra propia conciencia.

Pienso que habría que trabajar en la construcción del

carácter como lo hacen los artistas cuando crean su obra: es-

tán disfrutando cuando crean, aunque se cansen, se

angustien, suden o desfallezcan trabajando. La felicidad no

excluye el esfuerzo ni el dolor; mientras estemos encaminados

firmemente hacia la meta que nos proponemos, un nivel alto

de felicidad nos invade, así, mezclada con dolor y todo. En

cambio, si sufriéramos o agotáramos nuestra vida sin

propósito ninguno o para desarrollar exclusivamente los fines

de otro, como lo hace el esclavo o el obrero explotado,

seríamos profundamente infelices. Fromm ha señalado más

de una vez que lo contrario a la felicidad no es el dolor o el

esfuerzo sino la depresión que resulta de la improductividad

personal. Dolor y esfuerzo es parte del proceso de avanzar,

progresar y crecer humanamente. Epicuro ya había señalado

que no todo dolor es malo, sobre todo si éste nos regala un

fruto bueno y hermoso. Si eres mujer sabes que parir es

doloroso y su resultado entrañablemente hermoso. Esa