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nobles y sabios que son las virtudes. Éstas le protegen y él

sabe siempre qué hacer frente al peligro que le imponen

continuamente los deseos.

La lucha entre los deseos y el

deber es para Platón la gran batalla del hombre.

La fuerza

de la virtud, una vez que está establecida en el alma, vence en

esta batalla, y vence sin ya sentirla, como el hombre honrado

que no roba sin esfuerzo, asegurando la permanencia de la

felicidad aun en el fragor de la lucha.

Alcanzar ese objetivo, vencer los placeres vanos, no lo da la

naturaleza sino, como decía Séneca, lo da el esfuerzo. Esta es

la sustancia de la vida ética. No nacemos honrados, justos,

laboriosos, prudentes, valientes, pacientes, controlados y

generosos, tenemos que apropiarnos de estas cualidades por

el esfuerzo repetido y constante. Nuestra biografía es la

historia de nuestra lucha por alcanzar tales cualidades o de

nuestro fracaso ante tal propósito.

Lo opuesto a la virtud es el vicio

, que es como una

enfermedad

. Celebro la expresión que ha hecho Marcos Ro-

mán al describir la forma como adquirimos enfermedades

permitiéndonos un placercillo, un vicio, aparentemente inocuo

como el fumar y repetirlo continuamente hasta producir un

carcinoma letal. “Este caso se parece a lo que Julián Marías

ha llamado ‘enfermedades biográficas’. ¿Qué enfermedades

son esas? Aquellas en cuyo origen el individuo tiene una

responsabilidad de años. Las llama biográficas porque son el

resultado previsible de toda una vida caminando en una

misma dirección.

Hay algunas enfermedades respiratorias en las que el tabaco

ha sido la causa fundamental. La mayoría de los enfermos de

carcinoma de pulmón, por ejemplo, no pueden echarle la

culpa a la mala suerte. No se trata de que la fortuna les jugó

una mala pasada cuando aún estaban en plenitud de