Table of Contents Table of Contents
Previous Page  13 / 28 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 13 / 28 Next Page
Page Background

la satisfacción o el placer inmediato que boicotea mi proyecto

de vida que tengo que construir a largo plazo.

La construcción de sí mismo exige que edifiquemos en el alma

desde muy temprana edad las luces energizantes de las

virtudes que no sólo son los criterios firmes para actuar

rectamente con nosotros mismos y con el mundo, sino que

son energías potentes que fortalecen la personalidad una vez

que dilatan la musculatura del alma con su desarrollo.

En la formación del carácter la amistad es como un auxiliar

de la virtud. La amistad surge y se intensifica cuando se

encuentra una semejanza de intereses, de ideales, de gustos

entre dos personas. Por eso se asemeja el amigo a una suerte

de espejo en el que yo me veo. Ya Aristóteles decía que en la

amistad hay una igualdad y Cicerón pensaba que la razón de

la amistad es la semejanza entre dos almas

4

, o que el amigo

es un retrato de sí mismo. El tiempo va haciendo crecer la

amistad y produciendo esa igualdad. Quiere decir que si no

hay una igualdad significativa al comienzo de ésta, se

acrecienta esa igualdad por la convivencia. Esta convivencia

es uno de los mayores bienes que se encuentra en la vida.

Decía Cicerón: “¡Que luminosa sabiduría! Es que parece como

si arrebataran el sol del mundo los que quitan de la vida la

amistad”

5

.

El encuentro de un amigo tiene el efecto de un refuerzo en la

apropiación de las cualidades, o virtudes, que se quieren

poseer cuando se ha comprometido el sujeto a avanzar hacia

el logro de la vida buena. Empiezan a ser dos que caminan

juntos, según la bella expresión de Aristóteles, pero ese

caminar está lleno de sentido y propósito. Es crecer juntos en

lo bueno y bello de la vida, por eso es un refuerzo, la unión de

dos en la amistad hace más llevadero el camino, produce eso

4

Cfr. Aristóteles (2002),

Ética a Nicómaco

, Alianza, Madrid. Capítulo VIII y Cicerón, Marco Tulio, (2002)

5

Cicerón.

Idem.

Capítulo XV.