se va tejiendo, y destejiendo, rectificando y volviendo a
avanzar cada día.
No es un oxímoron
.
Sino que es una contradicción que la
grandeza humana resuelve imponiendo la voluntad moral
sobre el accidente cotidiano que, por lo demás, nunca dejará
de atacar la existencia como las olas del mar sobre la orilla del
alma. Las olas del mar y la playa coexisten y constituyen la
belleza natural como la felicidad en una humanidad
fuertemente desarrollada. Ésta es golpeada a cada rato pero
no derribada por el sufrimiento. Si a lo anterior se añade la fe,
el sufrimiento es soportado como una herida constante que se
transforma en una forma de compartir el sufrimiento de
Cristo, dirían los cristianos, como discípulo pretendidamente
fiel, si es que alguna vez se llega realmente a serlo. Este es el
origen de la angustia de Kierkegaard: fallarle siempre a Dios.
Seguramente los discípulos verdaderos llevan el sufrimiento
como una cruz que enaltece su existencia y son felices a pesar
del dolor de cada día, el dolor no altera la integridad de la
vida.
Sin embargo, debe resultar, para los que no tienen fe este
punto de vista irracional e incomprensible. Y creo que es así si
toda esta fortaleza sigue siendo vista como una energía
solamente natural. Concordaría con ellos entonces en
considerar todo esto imposible. Pero, todo adquiere una
proyección diferente por la fe. Los cristianos creen que lo que
parece imposible de realizar desde el punto exclusivamente
humano, es posibilitado por ésta.
Los dones del Espíritu son hábitos sobrenaturales que
permiten el discípulo de Cristo alcanzar una vida más plena, a
la que estaría vedado sin ellos. Los dones del Espíritu son: la
sabiduría, el entendimiento, el consejo, la ciencia, la fortaleza,