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Por generaciones el pueblo mejicano y toda Latinoamérica ha

honrado y venerado a la Santísima Virgen María bajo la

advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. Y Puerto Rico no ha

sido la excepción. La mejor muestra es el pueblo hoy aquí reunido

en esta hermosa catedral de Ponce, arremolinado en torno a la

Reina de las Américas, la Virgen de la Guadalupe, Madre y Señora

de la diócesis de Ponce, Patrona de la señorial ciudad de Ponce, y

de esta santa iglesia Catedral, que hoy abre sus puertas a todos los

puertorriqueños y a todos los hermanos de Latinoamérica.

Los ponceños nos honramos de tenerla por Madre, Reina y Señora

nuestra, y hoy venimos a honrarla, felicitarla, cantarle y venerarla.

A lo largo de los siglos, los Papas han aclamado a nuestra Señora

de la Guadalupe. Se cuentan hasta 25 Papas los que de alguna

forma oficial han honrado a Nuestra Señora de la Guadalupe.

Cuando le presentaron al Papa Benedicto XIV una imagen y le

contaron la historia de la Virgen de la Guadalupe dicen que

exclamó: “El Señor no ha hecho cosa igual con ningún pueblo. Y

Pío XII dijo de ella: “Tenemos la certeza de que mientras sea

reconocida con Reina y Madre, el Continente Americano y Méjico

se salvarán”. El beato Juan XXIII la llamó: “Madre y Maestra de la fe

para los pueblos de las Américas”.

Su historia se remonta al siglo XVI, al aparecerse la Virgen, un

sábado de diciembre de 1531 en las faldas del cerro Tepeyac, al

indio Juan Diego, a las afueras de la ciudad de Méjico.

A primera vista, el obispo de Méjico Don Juan de Zumárraga no le

creyó. Pero Diego, siguiendo las instrucciones de la Virgen volvió a

presentarse ante el Obispo, quien le pidió alguna señal que

demostrase que lo que decía era verdad.

Lo que sucedió en las primeras horas del día 12 de diciembre

camino a la ciudad, a la altura del Tepeyac, cuando la Virgen se le

apareció de nuevo a Juan Diego, y le pidió que subiera a la

Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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