Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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El adviento es el tiempo de preparación para la venida de nuestro
Señor Jesucristo. En el primer domingo se nos hacía un llamado a
estar en vela, alerta, despiertos, para que cuando llegue el Señor
estemos preparados. En el segundo se nos invitaba a preparar los
caminos para la venida del Señor. Una voz grita: en el desierto
preparad los caminos al Señor. Juan el Bautista, haciéndose eco,
repetía las palabras del profeta Isaías, que la liturgia se encarga de
aplicar la metáfora a la preparación espiritual con la que nos
disponemos a recibir al Mesías.
En el tercer domingo se nos invitará a la alegría, porque el Señor
está ya cerca, se nos dirá, y se acerca nuestra salvación.
Finalmente en el cuarto y último domingo de adviento se nos dice
que ha llegado, con el nacimiento inminente de Jesús.
Puede decirse que la virtud que permea todo el adviento es la
esperanza. La esperanza de ser finalmente liberados de la
esclavitud en la que nuestros padres Adán y Eva sumieron a la
humanidad por causa del antiguo pecado.
Tres figuras características del adviento emergen durante este corto
tiempo: el profeta Isaías, el profeta mesiánico por excelencia, la
figura de Juan el Bautista, el Precursor del Señor, que sirve de
eslabón entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y María, cual faro
esplendente que ilumina el camino que lleva a Belén.
El calendario litúrgico de este tiempo de adviento y de navidad
está lleno de la presencia de María. El misterio del anuncio y
nacimiento de Jesús está íntimamente ligado a la presencia y a la
persona del Verbo encarnado.
Y el verbo se hizo hombre, se realiza a través de María. San Pablo
describe en un trazo maestro la participación de María cuando
dice: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo,
nacido de mujer, y fue sometido a la Ley, para liberar a todos los