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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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Hemos escuchado en el Evangelio: “Vosotros sois la sal de la tierra”,

“vosotros sois la luz del mundo”. Son palabras iluminadoras de Jesús,

dirigidas a los Apóstoles y a todos sus seguidores, y que en las

circunstancias presentes, dirigidas a nosotros, tienen plena

vigencia.

“En nuestra mente reside un anhelo insaciable de verdad”, escribió

Cicerón. Y San Agustín se interroga: “¿Quid Fortius desiderat anima

quam veritatem?” ¿Qué desea el alma más fuertemente que la

verdad?

Y no podía ser de otra manera desde el momento que el hombre,

como ser racional que es, dotado de inteligencia, tiende a la

verdad, de la que no puede prescindir. Nuestro entendimiento esta

hecho para la verdad y no descansa hasta encontrar la verdad.

Jesús, conocedor del ser humano, hablo sobre la verdad. Para

empezar, dijo que Él es la verdad: Ego sum Veritas”, Yo soy la

Verdad. Y nadie hasta ahora lo ha podido desmentir, ni nadie, que

no sea Jesús, se ha atrevido a proclamarse la verdad, ni a

pronunciar la verdad como Jesús lo ha hecho.

San Juan cita en su evangelio las palabras de Jesús a Pilato, en el

interrogatorio que este le hace en la antesala de su pasión,

referentes a la verdad: “Yo para esto he nacido y para esto he

venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”. (Jn 18,37). Es

curioso, Pilato tiene ante sí a aquél que se proclama la Verdad”, y

le esta diciendo que ha venido a dar testimonio de la verdad, y se

limita a preguntarle ¿Qué es la verdad?; Pero no obtuvo respuesta,

porque su alma, que estaba en tinieblas, fue incapaz de reconocer

la luz y la verdad.

En el Prólogo de su Evangelio, Juan dice de Jesús que es “la luz

verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este

mundo” (Jn 1,9). Luz y verdad se confunden en Dios. Dios es Luz,

Dios es verdad. Jesús, que es la Verdad, también se proclama Luz