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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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Nos encontramos, al decir del papa Benedicto XVI, conocedor de

la humanidad y de los problemas que la afectan “inmersos en una

sociedad fragmentada y relativista”, en la que “la universidad

necesita verdaderos maestros, que transmitan, junto a contenidos y

saberes científicos, un riguroso método de investigación y valores y

motivaciones profundas”.

Ya Juan Pablo II mostraba su profunda preocupación por la

enseñanza que se imparte en las Universidades, en un Discurso al

mundo de la cultura de Florencia, el 18 de octubre de 1986, en el

que decía que: “En las proximidades del tercer milenio, la

humanidad se encuentra en el trance de un proceso de cambio sin

precedentes,

que no podrá tener lugar en el sentido de la

salvación, más que en virtud de una cultura nueva, de dimensiones

planetarias”

.

Lo curioso es que el Papa repetía estas palabras en la Pontificia

Universidad de Chile, el 3 de abril de 1987, a la que pedía un aporte

original en la formación de una síntesis renovada que ofrezca

respuestas adecuadas a la

nueva época de la historia humana.

“Partiendo de la propia vocación y de su identidad cristiana y

católica, subrayaba el Papa, la Universidad y todos lo miembros

que la componen, deben convertirse en testimonio de verdad y

justicia, y dar testimonio, juntamente con los demás centros

universitarios, de los valores morales. Esto comporta para ella - en

fecundo diálogo entre el orden revelado y las ciencias “humanas”,

en expresión de Santo Tomás de Aquino, al que hoy rendimos

honor, fidelidad al Magisterio de la Iglesia; comporta

profundización y divulgación de aquellos principios que forman

parte del patrimonio irrenunciable de la doctrina católica;

comporta adhesión a aquellas enseñanzas que la iglesia ha venido

explicitando en el campo social”.

Me parecen sumamente interesantes estas palabras del Papa, en

las que dice que si se quiere mantener la propia vocación y la