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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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pocas de estas profesionales hayan seguido sus huellas.

El Papa Benedicto XVI sorprendió al mundo con su primera

Encíclica: “Deus caritas est” Dios es Amor. Como si el mundo

hubiera olvidado que tenemos un Dios que nos ama, la Encíclica

del Papa vino a recordarnos una verdad que aunque sabida por

siglos, sin embargo, no se le estaba dando la debida atención. Fue

como una ráfaga de aire límpido que penetró y baño nuestros

rostros. Por fin podíamos respirar profundo: Dios es Amor. Fue como

un descubrimiento de algo que estaba ahí, pero que habíamos

olvidado.

Teresa de Calcuta con sus enseñanzas y con su vida podemos decir

que fue un testimonio vivo del amor a Dios a los hombres. Traspira

en cada fibra de su espíritu indomable y de su frágil cuerpo, amor.

Amor puro de evangelio, amor arraigado en Jesús. En frase muy

feliz del Cardenal Sodano, Cardenal Secretario de Estado por

muchos años durante el pontificado de Juan Pablo II, la historia de

Teresa de Calcuta es una aventura “que sólo puede explicarse

como un acto de amor y servicio a Jesucristo, en la imagen doloro-

sa de los más pobres de los pobres”.

Su misión consistió en proclamar la sed del amor de Dios por la

humanidad.

¿Cómo fue en realidad Teresa de Calcuta? Sabemos que fue de

pequeña estatura Física, pero firme como una roca en su

acendrado amor a Dios. Quienes la conocieron bien dicen que se

caracterizaba por su caridad, altruismo y coraje y su capacidad

para el trabajo duro.

El P. Brian, postulador y promotor de la causa de beatificación de

Madre Teresa dice de ella que era “muy reservada respecto a las

luchas espirituales y también respecto a la inspiración de la

congregación religiosa que ella fundó, las Misioneras de la

Caridad”. Ya el nombre lo dice todo.

También descubre que había hecho un voto solemne secreto de

“nunca negarle nada a Dios”, ya que ella quería amar a Jesús

como “nadie nunca lo había amado”.

Jesús, por su parte, le revelo el deseo de encontrar “victimas de

amor” que irradiasen a las almas su amor. “Ven y sé mi Luz”, “no

puedo ir sólo”, le habría respondido Jesús.