Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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la fibra del corazón humano herido por el pecado.
Exactamente lo que nos ensena Jesús en el Evangelio este
domingo, continuación del capitulo quinto de San Mateo, el
evangelio de las Bienaventuranzas y del vosotros sois la sal de la
tierra y la luz del mundo.
Jesús vive en medio de un pueblo que sigue a la letra la ley de
Moisés. Los fariseos se preocupaban de observar rigurosamente las
leyes, pero no en practicar el amor y la justicia. Jesús por el
contrario, se esfuerza por introducir en sus seguidores un nuevo
espíritu: “Si vuestra justicia no es mejor que la de los escribas y
fariseos no entraréis en el reino de los cielos”. (Mt. 5,20). Hay que
superar el legalismo, que se contenta con el mero cumplimiento de
la letra de las normas y leyes.
Jesús va más allá de las leyes. Él dice explícitamente que no ha
venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla. Escribe José Antonio
Pagola: “cuando se busca la voluntad del Padre con la pasión con
que la busca Jesús se va siempre más allá de lo que dicen las leyes.
Lo importante no es contar con personas observantes de la ley, sino
con hombres y mujeres que se parezcan a Jesús”.
Jesús lo prueba con algunos ejemplos: Se dijo “no mataras”. El que
no mata, cumple la ley; Para Jesús no es suficiente. Si no se arranca
del corazón la agresividad hacia el hermano, no se esta del todo
con Dios. Es por eso que Jesús añade al “no mataras”: “Pero yo os
digo, que el que se irrite contra su hermano cometerá un delito”.
Jesús no se contenta con la mera observancia de la ley, pide, exige
a los suyos una actitud interna de no agresividad, diría más, de
amor al hermano. No olvidemos que Jesús propone no sólo el amor
a los amigos, sino también el amor a nuestros enemigos.
Lo mismo, el “no cometerás adulterio”. Aquel que no comete
adulterio cumple la ley. Pero si desea egoístamente la esposa de su
hermano, de su prójimo, no se parece a Dios. Quien mira a una
mujer deseándola, ya peco en su corazón, ensena Jesús. Jesús
exige, no sólo la comisión del adulterio, sino también la pureza del
corazón.
Y ante el abuso a que se había llegado en materia de juramentos,
que se hacían, sí, en nombre de Dios; pero que en realidad, más
que honrarlo lo irreverenciaban, Cristo dice cuál ha de ser la
conducta de sus discípulos: “sea vuestra palabra sí, sí; no, no.” Es
decir, pide una conducta franca y honrada, que defienda la