Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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santo. “Nuestro Señor instituyo este augusto sacramento – escribe -
para que experimentemos los efectos de esa pasión y muerte todos
los días mediante la recepción de su cuerpo, ya que la miseria del
hombre es tan grande que, si no hay algún antídoto para su alma,
fácilmente se deja arrastrar por sus malas inclinaciones”. La
eucaristía, la santa misa, es el centro de la vida cristiana.
Y hablando de la comunión dirá: “Es remedio de las penas, en el
desvalimiento y fuerza en las dificultades; la oración es muy buena,
pero vale más todavía unirse a Dios en la sagrada comunión… Allí
es donde hay que estudiar el amor, la paciencia, la cordialidad y
todas las demás virtudes que nos son necesarias… la persona que
ha comulgado bien, lo hace todo bien. No hará ya ciertamente sus
acciones, sino que hará las de Jesucristo: tendrá en su
conversación la mansedumbre de Jesucristo; tendrá en sus
contradicciones la paciencia de Jesucristo. En una palabra, todas
sus acciones no serán ya acciones de una mera criatura; serán
acciones de Jesucristo”.
Magnífica lección de quien ha experimentado en sí mismo los
efectos de la eucaristía. Ojala que nosotros, los cristianos del siglo
XXI, al recordar la figura de San Vicente de Paúl, aprendamos la
lección magistral que nos ha dejado, de practicar la caridad,
como él la practicó, y de acudir a la fuente de la que él aprendió:
la Eucaristía.
Quiero terminar con un texto que nos ha dejado este coloso de la
caridad: “Así, pues la Eucaristía se convierte para nosotros, no sólo
en comida para nuestras almas, y para cada una de nuestras
comunidades cristianas; sino estimulo de caridad a favor de los
hermanos de toda especie que tienen necesidad de ayuda, de
comprensión, de solidaridad, infundiendo así en la acción del bien
social una energía, un idealismo, una esperanza que, mientras
Cristo esté con nosotros con su Eucaristía, no se apagarán jamás”.