Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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Si el domingo pasado el evangelio de la Samaritana, o mejor, del
encuentro de Jesús con la samaritana se centraba en torno al
agua, el agua del pozo de Sicar de la que Jesús le pide a la
samaritana le dé de beber, para concluir ofreciéndole el agua que
brota hasta la vida eterna, en clara referencia a las aguas
bautismales que nos regeneran a la vida de la gracia, el evangelio
del domingo de hoy gira en torno a la luz, representada en la
curación del ciego de nacimiento. Jesús le devuelve al ciego la luz
para que pueda ver; pero más interesante todavía es que la luz
devuelta a los ojos para poder ver corporalmente, es símbolo de
otra luz más profunda, la luz de la fe, que sólo Jesús, Luz del mundo,
puede dar.
Nadie que yo sepa se ha atrevido a decir como Jesús, cuando dijo:
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Yo soy la Luz del Mundo. Yo
soy la Resurrección. A lo más se han atrevido a decir yo tengo la
verdad, yo puedo mostrarte un camino, yo puedo ayudar; pero
nadie que no haya sido Jesús, se ha atrevido a decir: Yo soy… el
camino, la verdad, la vida, la luz, la resurrección.
Por eso si interesante es observar en el evangelio cómo Jesús le
devuelve la vista al ciego de nacimiento para que pueda ver las
realidades del mundo visible, más interesante es aún cuando
después de toda la discusión que el ciego y sus padres sostienen
con los fariseos, que termina con la expulsión del ciego, Jesús le
abre al ciego la vista del espíritu, mediante la iluminación de la fe,
permitiendo que el ciego le reconozca. "Oyó Jesús que lo habían
expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Él
contestó: ¿Y quién es Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: lo
estás viendo: el que te está hablando ése es. El le dijo: Creo, Señor.
Y se postró ante él".
Jesús no sólo le devolvió la vista a sus ojos, sino que le iluminó
interiormente, de modo que pudo reconocerlo. El ciego se
encuentra y postra ante la Luz del mundo. El ciego descubre,