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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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reconoce a Jesús, quién es Jesús.

Sin duda, que el milagro del espíritu supera al milagro corporal.

Puede verse aquí una clara alusión al bautismo. Nacemos ciegos

de nacimiento y Cristo a través de las aguas bautismales nos abre a

la Luz del Espíritu y de la gracia.

Es lo que quiso significar Jesús cuando envió al joven ciego a la

piscina de Siloé. Con ello quería dar a indicar que la luz de la fe

empieza a vislumbrarse en el bautismo, en las aguas bautismales,

nuestra piscina de Siloé, que es donde recibimos el don de la fe. Por

eso en la antigüedad el bautismo se llamaba también "iluminación",

y estar bautizados se decía "haber sido iluminados".

De modo que podemos decir, si nos referimos al agua, que hemos

sido regenerados por las aguas bautismales, y si nos referimos a la

luz que hemos sido iluminados por la luz de la fe.

La nueva realidad operada en nosotros por el bautismo es la que le

permite a San Pablo decirle a los Efesios, según hemos escuchado

en la segunda lectura: Antes erais tinieblas, pero en el presente sois

luz en el Señor. Portaos por tanto como hijos de la luz. Los frutos de

la luz son la bondad, la justicia y la verdad, bajo todas sus formas.

El episodio del ciego de nacimiento nos muestra que la

recuperación de la vista tiene lugar, juntamente, con el

descubrimiento de quién es Jesús.

Al principio, para el ciego, Jesús no es más que un hombre que le

cura, que hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos. Más tarde,

cuando le preguntan los fariseos quién piensa que es el que lo ha

curado responderá, que un profeta. Finalmente, cuando se

encuentra con Jesús que le pregunta si cree en el Hijo del Hombre,

termina diciendo: Creo, Señor, y se postró ante Él. Es decir, ahora sí

le reconoce como quien verdaderamente es. Ha habido todo un

proceso interior que le ha llevado al ciego a reconocer a Jesús

como quien verdaderamente es.

Sería interesante que nos preguntáramos cada uno de nosotros, en

qué punto del proceso estamos, preguntándonos: ¿Quién es Jesús

para mí? Que Jesús sea un hombre, nadie lo niega. Que sea un

profeta casi todos lo admiten, hasta Mahoma lo reconocía. Pero no

es suficiente. Hay que dar el salto hasta poder decir como el ciego

de nacimiento: Creo, Señor y postrarse ante Él como Dios. La fe

cristiana no es creer algo, sino creer en

alguien.

Para los cristianos