Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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Todos los años celebramos el Día de Acción de Gracias. No voy a
entrar en el motivo que originó esta hermosa costumbre y cómo se
implantó en Norteamérica y Puerto Rico. Ya de sobra ustedes lo
conocen. Mas bien quisiera reflexionar sobre el sentido de la
Acción de Gracias, y sobre todo, rendir gracias al Señor, fuente y
origen de todo bien, en esta Eucaristía, acción de gracias por
excelencia.
La acción de gracias no es cosa nueva o reciente. Ya en el Antiguo
Testamento los judíos celebraban la Cena Pascual para
conmemorar y dar gracias a Dios por los beneficios recibidos,
particularmente, por los “magnalia Dei”, o intervenciones divinas a
favor de Israel, y más en concreto, por haber liberado a los israelitas
del poder de los egipcios. Tradición que ellos a su vez habían
recogido de los antiguos pastores, que celebraban la fiesta de
acción de gracias por los frutos recogidos de la cosecha,
anualmente.
Tradición que recoge el mismo Jesús, que se reúne con los
Apóstoles para celebrar con ellos la Cena Pascual y convertirla en
la Acción de Gracias por excelencia, la Cena o celebración
Eucarística.
La iglesia ha recogido esta tradición judeo-cristiana y ha hecho de
la Acción de Gracias uno de los pilares de la liturgia y de la vida del
cristiano. En las oraciones y salmos se celebra con efusión la acción
de gracias a Dios, pero es sobre todo en la Eucaristía donde los
cristianos rinden la acción de gracias por antonomasia, a Dios.
Y hasta me atrevería a decir que dar gracias es una actitud
eminentemente cristiana. Siempre me ha gustado la oración de la
misa que se llama el Gloria, en la que se dice, entre otras cosas:
“Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias
”.
Me parece que esta expresión encierra la autentica actitud que