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pontificia universidad católica de puerto rico
Elevando las exigencias de respeto, si nos acogemos al pasaje
evangélico en el que Lucas relata la curación de los diez leprosos
(17, 11-19), la gratitud es vía privilegiada de acceso a fe. Con una
interpretación puramente filológica y textual –y no otra puede ser la
mía– así parece confirmarlo la palabra de Cristo cuando, de los diez
curados por su omnipotencia, sólo uno, y además samaritano, regresa
a darle las gracias. “¿Pero no eran diez los curados?, ¿Dónde están los
otros nueve?” –se pregunta sorprendido Jesús–. Y concluye rotundo:
“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”. Palabras diáfanas según las
cuales la gratitud abre y confirma el camino de la fe.
Bajo estas convicciones se tiende el hilo conductor de mis palabras
en este acto, en el que me siento gratamente obligado a orientar mi
gratitud hacia dos ámbitos bien diferenciados de reconocimiento.
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En primer lugar,
debo dirigirla a nuestras universidades, a la
Católica de Ponce, a la Complutense de Madrid, y con ellas a
todos cuantos han contribuido a que este acto se singularice hoy
en mi persona. Actitud reconocida, que llamaré institucional
y personificada. A ella me referiré en la primera parte de mis
palabras.
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En segundo lugar,
mi gratitud convoca la de todos ustedes, para
que, sin temor a la desmesura, agradezcamos unánimes la suerte
de haber recibido la herencia cristiana, en la que hemos tenido la
dicha de nacer, vivir y convivir cuantos estamos aquí reunidos.
No todos los seres humanos han recibido igual don. A tan
venturosa herencia me referiré, aunque más brevemente de lo
necesario, en la segunda parte de mi intervención.
gratitud hacia las personas
En primer lugar,
el Honor que se me concede debo agradecerlo a
esta Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico y a las personas
que la han dirigido y en ella trabajan. Es de justicia hacerlo así porque,
prescindiendo de mis méritos personales, atribuyo este Doctorado
Honoris Causa al éxito del Programa de Doctorado que hemos llevado
a cabo, en esta Universidad, con la colaboración de muchas personas.
Aunque la circunstancia me obliga a la brevedad sintética, en primer
lugar debo agradecerlo a Monseñor Félix Lázaro, actual Gran
Canciller, en su día Decano que promovió y sustentó, el Programa