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discurso de aceptación de doctorado honoris causa del dr. manuel maceiras fafián
comprender la
Physis –la naturaleza en su totalidad–
ahora lo es el
acto creador de un Dios, que constituye a los entes, también a los
humanos, a partir “de la nada”: “ex nihilo su¡ et subjecti” (Tomás
de Aquino,
Suma Teológica.
, Iª, q.45, a.1). El concepto de
creación,
objeto de fe para el creyente, aparece como el nuevo principio
ontológico, a partir del cual tiene ser y sentido todo cuanto
se da en el universo. La fe cristiana brinda, en consecuencia,
una posibilidad más humanista, menos naturalizada,
que la
alternativa que sitúa esa razón suficiente en el determinismo del
caos, en la dialéctica de la materia, en la potencia de la energía
o en las fluctuaciones azarosas del espacio vacío, de lo que hoy
hablan algunos científicos.
Para creyentes o ateos, el acto de la creación se ofrece así como
postulado razonable, aunque no demostrable racionalmente,
para comprender el origen de los seres. Y esto porque, a pesar
del avance de las ciencias, la formulación aristotélica sigue siendo
coherente y dando que pensar: algo eterno y necesario tiene que
existir, puesto que de la nada no es lógico que se origine algo.
El propio sentido común es, pues, el que suscita la invitación a
buscar la razón suficiente de todo lo que existe, de este universo
que comprobamos a diario con nuestros propios ojos, en el que
sobresale como habitante de privilegio el espíritu humano, con
inteligencia, voluntad, sentimientos y afectividad. Es, por tanto,
lógico y razonable que la causa o razón suficiente de su existencia
posea tales facultades.
De este modo, frente al
logos natural e impersonal
de los
griegos, las convicciones cristianas introducen la novedad de
proponer un principio de realidad dotado de atributos análogos a
los de nuestra subjetividad personal, aunque en grado eminente,
inexplicables a partir de las articulaciones moleculares de la
materia. El Dios que introduce la cosmovisión cristiana no
es personificación de las fuerzas ciegas de la naturaleza, ni ser
despreocupado por los asuntos terrenales. En correspondencia,
los seres humanos no somos consecuencia de poderes herméticos,
accidentes inevitables del azar, sino personas engendradas con
diseño y amor singulares.
No es extraño, pues, que al trasluz de tales interrogantes,
mentes tan lúcidas como las de Aristóteles, Santo Tomás,