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pontificia universidad católica de puerto rico
a pedir que este Honor, atribuido a mi persona, se haga extensivo a
Alicia, Emilio y Luis. También a mis compañeros y colaboradores,
entre ellos a los veintidós profesores que han impartido cursos
y dirigido tesis doctorales, aquí representados por doña Carmen
Labrador y don Graciano González.
Ampliando las correspondencias, el vínculo más sólido entre
ambas universidades, de ésta que nos acoge y de la Complutense
,
lo
constituye los actores fundamentales del éxito que hoy celebramos.
Son el centenar de inscritos durante las cuatro promociones. Todos
llegaron a buen puerto, porque en su totalidad alcanzaron el Diploma
de Estudios Avanzados, tras los trabajos escritos y exámenes orales
correspondientes. De ellos, 31 culminaron su itinerario alcanzando
el grado de Doctor,
en su gran mayoría con la máxima calificación,
ante tribunales exigentes y rigurosos. Me resulta entrañable evocar
sus personas, porque los conozco a todos y los recuerdo incluso por
su semblanza física. De cada uno, lo digo sin reparo, hemos estado
pendientes, atentos a las largas peripecias académicas hasta los días
nerviosos de las defensas públicas de sus tesis.
Volviendo la vista atrás, era realmente admirable ver cómo día a
día los doctorandos acudieron a esta Universidad, para sesiones de las
cuatro a las diez de la noche, hora en que muchos de ellos emprendían
el regreso a San Juan, Arecibo, Mayagüez, Cabo Rojo, alguno a Fajardo,
en el extremo oriental de la Isla. Diariamente, en días de bonanza o
tormentas, la asistencia a los cursos y la atención a las tareas, fue en
todos digna de admiración para cuantos tuvimos la suerte de compartir
con su diligencia las actividades académicas. Son ellos, los Diplomados
de Estudios Avanzados y los 31 Doctores, quienes merecen todo el
reconocimiento que pueda compendiarse en este acto referido a mi
persona. Con pena debo recordar a los tres fallecidos en el camino.
¡Que en paz descansen Haydée Chárriez, José Arana y Humberto
Hernández!
La prudencia impone no sobrepasar el tiempo de tan justas
evocaciones. Pero, si ustedes me permiten una licencia de veterano
profesor, que no he dejado la escuela desde la infancia en mi Culleredo
natal, en La Coruña, y en el colegio salesiano situado exactamente
sobre el litoral mismo del Atlántico, mirando hacia América, no
puedo ocultar la expresión de un deseo, formulado desde tan
ingenua evocación. Es el de interpretar este acto como estímulo a