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discurso de aceptación de doctorado honoris causa del dr. manuel maceiras fafián
Ni resultado de conjunciones azarosas o fragmentos dispersos en
las rotaciones del universo.
La consecuencia es quenuestras conductasno sedecantanpor
veleidosas ocurrencias de potencias superiores, porque la libertad
individual únicamente se doblega ante el dictamen inexorable
de decisiones autónomas. De este modo, el mundo de nuestras
vivencias no es escenario de comparecencias azarosas, capricho
de agentes ocultos, sino lugar de encuentro y coincidencia feliz
de seres que se reconocen fieles a un común denominador: el
de su identidad racional y moral. Por esa razón, las vicisitudes
humanas se despliegan como una trama trenzada dentro de
linderos singulares y personales que delimitan el campo de la
ética. De la cosmovisión cristiana, se concluye que
el valor ético
consiste en la responsabilidad de cada cual ante sí mismo, para
gestionar su propio proyecto biográfico, valiéndose de la fuerza
del libre albedrío para sobrepujar las coacciones pasionales,
implícitas e inexorables en un organismo tan complejo como el
humano. Esta visión personalizada de la responsabilidad, asimila
la ética al gesto capaz de rendir cuentas con seriedad, en primer
lugar, ante el tribunal de nuestra propia interioridad, lejos de la
actitud que la reduce a un haz de prescripciones puritanas: “Haz
esto, no hagas aquello”.
3) Interpretacióncomunitariadelaexistencia.
Entercerlugar,ladoctrina
cristiana es reincidente en vincular la persona individual a la de
sus semejantes, de tal modo que el concepto de pueblo, más tarde
el de sociedad, implica relaciones y compromisos interpersonales,
que van de los familiares a los políticos, por los cuales nacemos
integrados en relaciones de fraternidad, sociabilidad y trabajo. De
este modo, el concepto veterotestamentario “pueblo escogido”,
con tintes sociológicos más selectivos, adquiere la reformulación
evangélica de un universalismo humanista, según el cual todos
somos “hijos de Dios”, con la convicción de que los creyentes
forman un “cuerpo místico”.
A esta luz, se queda corta la interpretación de la vida
comunitaria en términos de estricta justicia. Y, en particular, se
rechaza cualquier interacción de las relaciones humanasmediadas
por el antagonismo, para traer a primer plano el valor supremo
de la caridad como práctica social que, en su dignidad de virtud