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pontificia universidad católica de puerto rico

Leibniz y Heidegger, o de Werner Heisenberg personificando a

innumerables científicos, consideren razonable que nos sigamos

preguntando: “¿Qué o quién es la razón suficiente de cuanto

hoy comprobamos como realmente existente?”. Pregunta no

formulada necesariamente desde la creencia, sino a partir del

sentido común enfrentado a la exigencia de dar cuenta de las

evidencias sensibles, cuyo dominio y heterogeneidad no pueden

esquivar la vigilancia de dos razonables centinelas: el principio de

no-contradicción y el de identidad específica del ser humano.

2) Antropología de la libertad.

En segundo lugar, la revelación

judeocristiana implica una visión del ser humano concebido

como persona, esto es, como ser único y singular por su

racionalidad, con vocación biográfica personal, encomendada

a la responsabilidad individual, exenta del determinismo moral

y psíquico que caracterizó al mundo griego. En la cosmovisión

cristiana, las paradojas desaparecen porque nos convierten en

dueños de nuestro propio destino, ajenos a la condición trágica de

la existencia, a la naturaleza no redimible del mal y a los caprichos

de dioses vengativos.

Lejos de toda imagen fatalista, también del comprometido

providencialismo, la persona, reconocida como ser libre, se

sitúa en el centro del mensaje cristiano que atraviesa e impregna

las interpretaciones –antiguas y actuales– sobre el valor y

sentido de la existencia humana. Que providencia divina, mal

y libertad no sean fáciles de compaginar mediante la simple

razón, eso es bien cierto. Pero, a pesar de las dificultades, todos

sabemos por experiencia que el ejercicio de nuestra libertad es

recurso que esclarece dudas, libera de incertidumbres, habilita

fines y proyectos para realizarnos biográficamente como seres

responsables de nuestra intransferible personalidad. Los

humanos no somos, pues, adorno, objeto divertido o juguetes de

la divinidad, como en el politeísmo clásico.

En la nueva cosmovisión cristiana, cesan las disputas

entre los hados y el libre albedrío, porque cada ser humano es

titular que autogestiona sus propias conductas. Y las vicisitudes

vitales no son reverso o consecuencia de los hilos movidos por

espíritus manipuladores que rigen las tramas del mundo sublunar

articulado por la fatalidad, como entendían griegos y romanos.