Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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creación, porque la explicaba, según él, el big bang inicial del
universo, que nadie sabe lo que es eso.
Y es que aunque estamos en el siglo XXI y en el tercer milenio de
nuestra era, la verdad se encadena.
Y están los hombres temerosos de Dios, que buscan la manera de
agradarle y amarle con todo el corazón, con toda el alma, con
todas sus fuerzas. Donde no hay amor no hay interés, no hay
motivación.
Si aplicamos este mandamiento al campo de la educación es
obvio que una educación que se precie de ser católica deberá
buscar a Dios sobre todas las cosas, y tratar de armonizar la cultura
con la fe, y ésta con la vida, de manera que fe, vida y cultura
anden unidas de la mano.
Sucede que el amor a Dios no puede ser compartido, no se puede
servir a dos señores, a Dios y al dinero, dice la Escritura. Y a veces
queremos estar con Dios y con el diablo, y eso no es posible.
Estamos ante dos posturas o actitudes opuestas, la del que rechaza
a Dios y termina sustituyéndolo por los ídolos, y la del que busca a
Dios, pero a condición de que renuncie a los ídolos. La primera más
afín con la mentalidad del mundo, la segunda en armonía con el
evangelio. La primera, enemiga de la verdad, la segunda cónsona
con la verdad. La primera esclaviza, la segunda libera. La primera
produce vacío y la soledad, la segunda genera plenitud y
felicidad.
No basta conocer la verdad, si no se la ama. Es el peligro que
puede correr una educación meramente académica, intelectual,
sin alma, sin espíritu. La verdadera educación educa para el amor,
para la acción movida por el amor. El verdadero educador
católico no es el que conoce a la perfección todas las verdades y
dogmas de la fe católica, sino el que las ama, las vive y pone en
práctica.
La verdad viene de Dios y lleva a Dios. Es la verdad la que genera
la principal emancipación del ser humano: “En aquel día, ha dicho
Jesús en el evangelio, conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres” (Jn. 8.32).
San Agustín refrendará años más tarde las palabras de Jesús, fruto
de su experiencia: “sólo gozamos de verdadera libertad cuando