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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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y a desarrollarse, y que en cada persona hay un hijo o hija de Dios

que se ha puesto a nuestro cuidado, nadie debería dudar de la

gran responsabilidad que tenemos ante nuestras manos y que es

una empresa que vale la pena.

Quiero citarles unas palabras muy oportunas del Comité

Permanente de la Conferencia Episcopal chilena que avalan la

importancia de la persona en la educación: “En el contexto de los

amplios y profundos cambios sociales que caracterizan a nuestro

tiempo, el fundamento antropológico de la propuesta educativa

adquiere una urgencia cada vez más ineludible. En un mundo tan

plural, el concepto de persona y su dignidad ha de ser el punto de

partida y de sustento ético de cualquier diálogo educativo. Por eso

la educación y la escuela están llamadas a configurarse como

educación y escuela de personas para el bien de personas”.

No tiene desperdicio la cita, que recoge, de una manera clara y

precisa, el eje en torno al que debe girar la educación, y más en

particular, la educación católica. Termina la cita: “La persona de

cada uno, en sus necesidades materiales, intelectuales, morales y

espirituales debe ser el centro de donde arranca y a donde llega la

acción educativa. Creemos que la persona ocupa el centro de

todo proyecto educativo y de la misión de cada escuela”.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes, dedica

el Capítulo Primero, de la Primera Parte, a hablar de la dignidad de

la Persona Humana. Es bellísimo y en pocos lugares se puede

encontrar una mejor síntesis sobre la dignidad de la persona

humana. Ninguna otra religión que no sea la católica, tiene un

concepto tan alto de la persona humana, creada por Dios, “a su

imagen y semejanza”, y elevada a la dignidad del hijo e hija de

Dios. Como muy bien canta el Salmista: “¿Qué es el hombre para

que te acuerdes de él? Apenas le has hecho inferior a los ángeles,

al coronarlo de gloria y esplendor. Todo fue puesto por ti debajo de

sus pies”. (Salmo 8, 5-7).

La persona humana está ordenada a Dios y llamada, con su alma y

con su cuerpo, a la bienaventuranza eterna, ya que Dios llama al

hombre a participar, por Cristo y en Cristo, de la bienaventuranza

divina. Es Cristo quien ha revelado al hombre su más sagrada digni-

dad y su vocación última.

Se atribuye a San León Magno, Papa, esta frase que lo resume

todo: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad”. Esta es la línea de

acción a seguir: la defensa e integridad de la dignidad de la