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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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Resultan oportunas las palabras con las que el Papa Benedicto XVI,

desde la ventana de la plaza de San Pedro, anunciaba su segunda

Encíclica a toda la Iglesia y a todos los hombres de buena

voluntad, dedicada a la Esperanza cristiana, en el momento en

que estamos reunidos en esta Eucaristía por el eterno descanso de

nuestro querido amigo y hermano Freddy Feliciano.

Decía el Papa: “Se titula ‘Spe Salvi’, pues comienza con la

expresión de San Pablo: ‘Spe salvi facti sumus’, en esperanza fuimos

salvados, (Rom. 8,24). En éste, al igual que en otros pasajes del

Nuevo Testamento, la palabra ‘esperanza’ esta íntimamente unida

a la palabra ‘fe’. Es un don que cambia la vida de quien lo recibe,

como demuestra la experiencia de muchos santos y santas. ¿En

qué consiste esta esperanza tan grande y confiable que nos

permite decir en ella está nuestra salvación? En definitiva, consiste

en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de

Padre bueno y misericordioso. Jesús, con su muerte en la cruz y con

su resurrección, nos ha revelado su rostro, el rostro de un

inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede resquebrajar, pues

la vida de quien confía en este Padre se abre a la perspectiva de

la felicidad eterna”.

Al acompañar y despedir con eta Eucaristía a nuestro hermano y

amigo Freddy en su reciente ida a la casa del Padre, pedimos que

la muerte no resquebraje la esperanza que tuvo como creyente y

que quien confió en ese Padre bueno, goce definitivamente de la

felicidad eterna.

Porque para el que tiene fe, la muerte no es el fin, sino el paso

obligado a la Vida, con mayúscula, a la Vida que no tiene ocaso:

“Quien crea en Mí no Morirá, vivirá para siempre”, ha dicho Jesús.

La muerte es sólo paso, y que por más dolorosa que pueda resultar

para los que nos quedamos en la tierra, no tiene la última palabra.

La muerte lo que hace, según explica con una sencilla

comparación San Juan Crisóstomo, es revelar la riqueza o la