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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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En su carta Encíclica “Redemptoris Mater” Madre del Redentor, el

Papa Juan Pablo II ha escrito que “la presencia de María, en medio

de Israel, tan discreta que paso casi inadvertida a los ojos de sus

contemporáneos, resplandecía claramente ante el Eterno, el cual

había asociado a esta desconocida

Hija de Sion

al plan salvífico,

que abarca toda la historia de la humanidad”.

Mientras Dios asoció a María nada menos y nada más que al plan

de salvación, pues de Ella habría de nacer Jesús, el Salvador, y

elevo a María ala categoría de Madre de Dios, su presencia pasó

inadvertida a los ojos de sus contemporáneos. Hasta podríamos

decir que fue la gran desconocida, que mas tarde los Evangelios se

encargaran de hablar de Ella, con pinceladas maestras.

Pero si esto sucedió con María, la mujer más grande de todos los

tiempos, la escogida para ser la Madre de Dios, la llamada a tener

una parte importantísima en la historia de la salvación de la

humanidad, nada tiene de extraño que se sepa muy poco de los

que fueron sus progenitores. Los evangelios silencian sus nombres y

ni siquiera hacen referencia a ellos.

Se debe a los Evangelios Apócrifos, escritos más o menos

contemporáneos de los Evangelios, pero que la Iglesia no aceptó

como revelados, como el llamado Evangelio del Pseudo Mateo, el

llamado Evangelio de la Natividad de María, y sobre todo el

Protoevangelio de Santiago, del siglo II, que habla de Joaquín,

quien contrajo matrimonio a los veinte anos de edad con Ana, hij

de un tal Isacar

.

Sin embargo a pesar de que la Iglesia no acepto como revelados

los Evangelios Apócrifos, desde el siglo VI se introdujo, primero en la

Iglesia Oriental, y más tarde, en el siglo X, en la occidental, el culto

a Santa Ana, la presunta abuela de Jesús. El culto a San Joaquín es

más reciente.