Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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y su luz brilla resplandeciente en el horizonte. El secreto, estar
enamorada de Jesús, y a ejemplo de San Francisco de Asís, de
cuyo estilo de vida quedó cautivada, por su ejemplo y modo de
vivir el evangelio, pronto quiso seguir sus pasos. Para ello, no dudó
en abandonar su familia, y escaparse de casa (era hija de una
noble familia, la familia de los Offreducio). Nació así la Orden de las
hermanas o Madres Clarisas, destacándose por su extrema pobreza
y profunda humildad.
Vivimos en un mundo, como lo he señalado al principio, cada vez
más secularizado, en el que sólo cuentan los valores del mundo, la
belleza, el físico, el dinero, el triunfo social. Un mundo en el que
cuentan poco, o no se les considera, los valores del espíritu. Un
mundo en el que se rinde culto al cuerpo: hace unos días Puerto
Rico amaneció con el ánimo alicaído porque un púgil en el que se
habían puesto todas las esperanzas había perdido. Ahora mismo, la
atención mundial esta puesta en las Olimpiadas que están
celebrándose en Pekín, más interesada en las medallas efímeras
que en la corona por la vida eterna. Perdonen, no estoy ni contra el
triunfo del púgil boricua, ni contra las olimpiadas. Estoy señalando
únicamente el desbalance existente entre lo corporal y lo espiritual.
Lo material priva sobre lo espiritual. Prevalece la ciudad terrena, la
ciudad secular, sobre la ciudad celeste, la espiritual.
Por eso es bueno que al celebrar a los santos, nos fijemos en estos
gigantes de la santidad. Sin pretender ser como ellos, aunque nada
lo impide que lo intentemos, marcan un camino a seguir.
Por lo menos, que como cristianos bautizados en Cristo y
comprometidos, atesoremos riquezas para la vida eterna, porque
definitivamente, en los bienes terrenos no está la felicidad. El apego
al dinero, al tener, puede ser y de hecho lo es, obstáculo muchas
veces que se interpone en el seguimiento de Jesús.
Clara de Asís, nacida en 1193, muere a los sesentas años de edad
el 11 de agosto de 1253. Tenía 19 años cuando huyo de la casa
paterna para ir al encuentro de Francisco, junto con una prima, a
quienes después de haberles cortado sus lindos cabellos dorados, y
cubierto con un sayal, hicieron su profesión religiosa. Por largos
cuarenta años, Clara llevará una vida de oración y austeridad, de
pobreza y humildad, de fraternidad y amor incesante a la iglesia,
rasgos que ha ido aprendiendo de Jesús, sobre todo de Jesús
crucificado, llevada de la mano de Francisco, y que distinguen a
las hermanas Clarisas.