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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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Clara y Francisco se complementaban en una bellísima armonía. Se

amaron en libertad de corazón. Alguien ha escrito que Francisco

fue la inspiración para Clara y la lanzó a la aventura.

Todo en un ambiente de silencio y trabajo, de silencio elocuente,

de trabajo silencioso. Hay que añadir: sin perder la alegría,

característica que conservó hasta el momento de su muerte, de lo

que dan fe sus biógrafos: lejos de sentirse triste, su rostro era siempre

jovial, radiante de felicidad y lleno de encantadora serenidad y

dulzura, afirman.

En una de sus cartas dejará ver su apasionado amor a Cristo

Crucificado. Hay quien ha dicho, que aplicaba en concreto, en las

situaciones diarias, el poder inmenso de la cruz de Cristo. Clara

quiso en todo momento imitar la entrega amorosa de Cristo al

Padre, y culminada en la cruz. La cruz fue el espejo en el que miró

santa Clara de Asís: cuyo amor aficiona, cuya contemplación

nutre, cuya benignidad llena, cuyo recuerdo ilumina suavemente,

esplendor de la eterna gloria, reflejo de la luz perpetua, espejo sin

manecilla. Son expresiones sacadas de sus cartas.

Copio de un autor: “Clara como Francisco trajo al mundo una

nueva primavera y se desposó con la Dama Pobreza. Fue un

modelo de cortesía, de alegría pascual, de fraternidad. Era un

alma de oración. Se miraba en el espejo divino. Sentía gran amor a

la Pasión del Señor, a la Eucaristía, a la Virgen. Clara fue una huella

de la Madre de Dios. Cristo renovó en Francisco su vida y pasión.

María renovó en Clara su humildad y pureza”.

En el Antiguo Testamento eran los Patriarcas y Profetas los que en

nombre de Dios hablaban al pueblo de Israel. Hoy son los santos, los

nuevos profetas, que en cada época y coyuntura histórica Dios

hace surgir, para recordar a los hombres donde se encuentra la

verdadera felicidad.

Cuentan que San Ignacio de Loyola, quien era muy aficionado a

los libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e

imaginarias, cambió de rumbo cuando empezó a leer la vida de

Cristo y de los santos. Al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a

veces se ponía a pensar y se preguntaba a si mismo: ¿Y si yo hiciera

lo mismo que San Francisco o que Santo Domingo?

Pidamos a Santa Clara, que desde el cielo continúe ejerciendo

sobre cada uno de nosotros de acicate espiritual que nos impulse a