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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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Agradezco y aplaudo la iniciativa de la honorable Alcaldesa de

Ponce, Dra. María (Mayita) Meléndez Altieri, de tener e invitarme a

presidirla, una Eucaristía, para orar y expresar la solidaridad del

pueblo ponceño con Haití, en momentos críticos por los que está

atravesando el pueblo haitiano.

He dicho presente, a pesar del compromiso que tenia de acudir a

la concentración de sacerdotes de toda la Isla con motivo del Año

Sacerdotal, en Schoenstatt de Cabo Rojo. Estoy seguro que mis

compañeros y hermanos sacerdotes sabrán disculpar mi ausencia,

a la vez que les he pedido se unan, en oración, desde el santuario

de Schoenstatt, a esta Eucaristía.

Yo más bien diría que la celebración de esta Eucaristía congrega,

no sólo a la ciudad de Ponce que, solidaria, abre sus brazos al

pueblo haitiano atribulado e inconsolable por el devastador

terremoto sufrido en sus más íntimas entrañas, de catastróficas

consecuencias, sino también a todo un pueblo unido, Borinquén,

que comparte el dolor y la desgracia del pueblo hermano

caribeño haitiano; dolor y desgracia que hace propios, porque

todo Puerto Rico se siente unido e identificado con el país vecino,

ante la angustia indescriptible que sufre.

La pregunta que todos nos hacemos es: ¿por qué ha tenido que

suceder esta desgracia dantesca a un pueblo que ya ha

experimentado en repetidas ocasiones la furia de los huracanes e

inundaciones? Y posiblemente no encontremos respuesta humana

adecuada. Lo que nadie esperaba, ocurrió. Y la desgracia se cebó

en el pueblo haitiano. Lo que no deja de ser un misterio, el misterio

del mal y del sufrimiento, sobre todo del inocente, uno de los

enigmas más angustiosos que atormentan la mente humana, y

cuya respuesta só1o la podemos encontrar en Cristo, a la luz de la

fe, basada en la aceptación de los designios divinos, muchas veces

desconcertantes.

Es San Pablo el que puede ayudarnos a encontrar y vislumbrar la