todo “legalmente”, apoyado en una sociedad que amparándose
en la separación de la Iglesia y estado, no sólo excluye a la Iglesia
del diálogo, sino que termina por excluir también a Dios, y negar la
voz de la conciencia. Y quien sufre las consecuencias de esta crisis
y ruptura familiar es el ser humano. El hombre y la mujer desgajados
del núcleo familiar que les cobija y sostiene, se ven sometidos a la
más profunda crisis psicológica y moral.
Algo así como si se resquebrajase el punto de apoyo en el que se
sostiene la sociedad. A veces pienso, si no se está talando el árbol
de raíz, pues imitando a Pilatos, los Gobiernos sentencian a muerte
al inocente, talan el tronco (con leyes abortistas, divorcistas,
matrimonios entre personas del mismo sexo, pornografía, etc.) y
tratan hipócritamente de salvar las ramas y las hojas.
Se quiere una sociedad en la que no haya tanta droga, tanto
alcohol, tanto sida y tanto crimen. Pero al mismo tiempo se
destruye o aniquila el núcleo principal y esencial que integra la
sociedad, la familia. Recomiendo la lectura del artículo que hoy
aparece en el Nuevo Día sobre la precocidad de los
puertorriqueños en el sexo.
No se quiere el sida, para lo que se reparten condones que invitan
y fomentan el amor extramatrimonial.
No se quieren drogas; pero muchos jóvenes no saben lo que es
amor de padre y de madre. Viven arrancados del núcleo familiar,
solos, desorientados, sin familia, y buscan refugio en la droga.
No se quiere el crimen, pero no se prodigan los valores familiares, el
respeto y amor a los mayores, la dignidad de la persona humana,
ni tampoco los valores religiosos y del espíritu.
Se critica el esquema tradicional de la familia, pero no se sustituye
por otro mejor.
Antiguamente el orden era: familia-escuela-ambiente. En el mundo
de hoy el orden se ha invertido: ambiente-escuela-familia. Claro, los
resultados todos los estamos viendo, también son inversos, al menos
en el orden moral y en el psicológico.
La familia sigue siendo la mejor y mayor garantía de una vida social
sana, y la célula vital de la sociedad. Hasta el punto de poder
afirmar que una sociedad en la que las células familiares están
enfermas o muertas, es una sociedad enferma o muerta.
Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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