Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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con ellos, tomo el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio”. Jesús repite
el rito de la Última Cena. Y es entonces cuando el evangelio nos
dice que “en ese momento se les abrieron los ojos y lo
reconocieron”. Os invito a contemplar la escena y gozar de la ale-
gría que experimentaron aquellos dos discípulos. El hallazgo que
supuso para ellos descubrir, que el que les había acompañado era
el mismo Jesús, ahora resucitado. La duda se ha trocado en
certeza. La tristeza en gozo. Nunca más olvidarán aquel encuentro
con el Señor, que cambió sus vidas.
Esta escena me recuerda aquella otra de Jesús con la Samaritana,
en la que Jesús le pide, “dame de beber”, para terminar
ofreciéndoles el agua que brota hasta la vida eterna.
En el caso de los discípulos de Emaús, Jesús acepta la invitación
que le hacen de quedarse, porque anochece, y termina por
ofrecerles el pan de la Eucaristía, momento en que lo reconocen:
“En ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron”.
Después de la caminata de esta mañana, en la que Jesús ha
caminado junto a vosotros, aunque como los discípulos de Emaús,
no la hayáis reconocido, queremos pedirle a Jesús, que se quede
con nosotros: Quédate con nosotros, porque anochece, porque las
sombras de la duda nos invaden, porque la noche de las pasiones
y falsos ídolos nos envuelve, porque estamos cansados, quédate
con nosotros, Señor.
Y Jesús ha querido sentarse a la mesa con nosotros. Va a repetir el
mismo rito de la Última Cena y de Emaús. Qué hermoso, si al partir
el pan en esta Eucaristía que celebramos con Jesús, también a
nosotros se nos abrieran los ojos y le reconociéramos.
No recuerdo el nombre ahora, pero lo leí, de un convertido que
entro por curiosidad en la Catedral de Notre Dame de París, en el
momento en que el sacerdote que celebraba la Misa, levantaba la
hostia, en la consagración. Cuenta, cómo de repente un rayo de
luz se desprendió de aquella forma, le iluminó y sintió la presencia
real de Jesús. La Eucaristía acababa de abrirle los ojos, y pudo
reconocer a Jesús, que hasta entonces le había pasado
inadvertido, e incluso había llegado a ignorar.
Este hecho me recuerda también la conversión de Pablo, acérrimo
perseguidor de los cristianos, hasta el momento en que, derribado
del caballo, camino de Damasco, tiene lugar el encuentro con
Jesús. La historia se repite. Ciego como estaba, en lo que a Cristo