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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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fuerza que recibieron los Apóstoles el Día de Pentecostés, se da en

el Sacramento de la Confirmación.

Se nos da para que seamos testigos valientes, católicos dispuestos

a defender y a dar razón de nuestra fe, como les escribía San Pedro

a sus fieles: Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra

esperanza a todo aquél que os la pidiere. Porque de esto es de lo

que se trata, de que como cristianos, estemos dispuestos a dar ra-

zón de nuestra fe a todo aquel que nos la pidiere.

Hoy no es fácil ser católico. Nunca lo ha sido. Hoy se ataca de

manera injusta a la Iglesia y al Papa, se blasfema contra Jesucristo y

contra Dios. Se pide cuentas a Dios cuando las cosas no salen

como queremos. Se mata impunemente, se destruye la familia, se

exalta la mentira y el engaño, se pisotea la verdad, se relativiza la

moral, impera la injusticia, y se quiere eliminar a Dios, porque Dios

estorba. El hombre quiere ocupar su lugar. En nombre de unos

derechos humanos inventados, se cometen millones de abortos en

el mundo entero. En nombre de no sé qué derechos humanos se

intenta destruir la institución de la familia, fundada en el matrimonio

entre un hombre y una mujer. Se viola la dignidad de la persona

humana. Y millones de seres humanos padecen y mueren de

hambre.

No es fácil ser católico en el mundo en que vivimos, bombardeados

con ataques continuos a la verdad, a la justicia y a la libertad,

mientras la mentira y la falsedad campean por sus fueros. Por eso es

que se requiere la fuerza de lo alto, la fuerza del Espíritu, la fuerza

que da el sacramento de la Confirmación. Grande es, pues, este

sacramento, y más grande si lo supiésemos valorar.

Pero ¿Qué se requiere para ser testigo de la fe?

Primeramente, conocer la fe. Mal se puede dar testimonio de lo

que no se conoce. Pero ¿Cómo se puede dar razón de lo que no

se conoce? Necesitamos conocer nuestra fe. Eso requiere estudio y

oración.

Y se requiere, sobre todo, vivir la fe: que haya coherencia entre lo

que creemos y lo que practicamos. La mejor predicación es el

ejemplo. Y sólo podemos ser auténticos testigos del evangelio

cuando lo vivimos y practicamos; cuando las obras acompañan a

las palabras. Cuando se da armonía entre fe y vida. Cuando no nos

contentamos con saber que el domingo hay obligación de ir a

misa, y que la Eucaristía es la celebración de la Muerte y