Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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El Papa Benedicto XVI se ha encargado de recordar a toda la hu-
manidad una verdad muy necesaria para que todos los hombres
estemos unidos y no divididos por las guerras, el terrorismo y la
violencia. Ha dicho en su primera Carta Encíclica que Dios es Amor.
Y no cesa de repetir una y otra vez que es el amor de Dios el que
une, el que sana, el que dulcifica, el que todo lo remedia. La no
violencia cristiana no debe interpretarse, ha dicho el Papa, como
una rendición al mal, según una falsa interpretación de “poner la
otra mejilla”; la no violencia cristiana consiste en “responder al mal
con el bien, rompiendo de tal forma la cadena de la injusticia”.
“Es, lo que el Papa ha dado en llamar, la novedosa revolución
cristiana, la revolución del amor, un amor que no se apoya en
recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene
confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa”.
Definitivamente, se necesita algo que una a todos los hombres; que
una en estos momentos de crisis económico-político-social, religiosa
y familiar por los que esta atravesando Puerto Rico, a todos los
puertorriqueños; se necesita algo que no nos divida más. El amor, el
amor verdadero, el que nace de Dios es el que une, contrario a la
envidia, a la ambición, al orgullo, que se fundamentan en el
egoísmo y no en el bien común.
Hace falta que los puertorriqueños se amen y se unan, y esto es
fruto únicamente del amor que Dios tiene a todos y cada uno, y del
amor recíproco que deben tenerse unos a otros, como
consecuencia del amor divino. Hace falta que el amor de Dios sea
el centro de la convivencia entre los puertorriqueños, más allá de
todo partido político, de todo color, de cualquier otra diferencia.
Desde muy pequeños aprendimos en la escuela de nuestros padres
y abuelos que el principio de la sabiduría es el santo temor de Dios.
Yo recuerdo con qué unción guardábamos, cuando éramos niños,
esta enseñanza en nuestras vidas. Y lo que se aprende de niño
queda para siempre.