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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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Sean mis primeras palabras de saludo a todos y cada uno de los

presentes y a todos los puertorriqueños residentes en Nueva York y a

todos los hermanos de América Latina y neoyorquinos aquí

presentes, desde las cálidas tierras de la Isla de Borinquén, y en

particular desde la Señorial Ciudad de Ponce, que abre sus brazos

y ensancha su Corazón para traer un abrazo de paz y de

fraternidad, y el cariño de todos los ponceños, muy dignamente

representados en la persona del Honorable Francisco Zayas Seijo,

Alcalde de Ponce y su distinguida señora Nancy, las personas que

lo acompañan y el Coro de Niños de Ponce, venidos desde Ponce,

Puerto Rico, para esta memorable efemérides. Y si me permitís,

como Padre y Pastor, amigo y hermano, y Obispo de Ponce,

impartiros una bendición muy especial de parte de Dios Padre, Hijo

y Espíritu Santo en la solemnidad de la Santísima Trinidad que la

liturgia celebra este domingo 3 de junio de 2007, pidiendo al

Altísimo les llene de su amor y de su gracia.

Quiero agradecer la gentileza de su Eminencia Edward Cardenal

Egan al invitarme a presidir esta Eucaristía en la Catedral de San

Patricio, en pleno corazón de Nueva York, y a las autoridades

patrocinadoras de este evento, que han hecho posible esta

presencia entre vosotros, con ocasión del Desfile Puertorriqueño.

Y quiero transmitiros el saludo que os envían todos los Obispos de

Puerto Rico, y la preocupación y desvelo con que seguimos los

acontecimientos que tienen que ver con los boricuas que desde

Puerto Rico se han trasladado a la gran manzana. Os llevamos muy

en el corazón. Y queremos estar con vosotros en vuestras alegrías y

en vuestras tristezas, en vuestros trabajos y en vuestros logros. Reír

con vosotros, y llorar con vosotros. Porque aunque estéis aquí,

vuestras raíces siguen siendo fuertemente arraigadas en vuestra

queridísima Isla del encanto, Borinquén bella. Muchas cosas

quisiera decir, pero me limitaré a hablar de dos amores, que

identifican a los puertorriqueños, a los buenos puertorriqueños: el

amor a Dios y el amor a la Virgen María.