Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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“En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rostro de
Dios, es urgente un audaz testimonio profético por parte de
personas consagradas. Un testimonio ante todo de la afirmación
de la primacía de Dios y de los bienes futuros” (son palabras de
Juan Pablo II de la Exhortación Apostólica: La Vida Consagrada).
Testimonio, que aunque no se escriba en periódicos y revistas por-
que al parecer no es productivo como lo es el crimen, la
corrupción, la droga, el adulterio o la violencia, no deja de ser
testimonio muy valido y necesario, con una especial fuerza
persuasiva que deriva de la coherencia entre el anuncio y la vida.
El Evangelio recuerda la coherencia que debe existir entre el
anuncio y la vida en las palabras de Jesús: “lo que hiciereis con uno
de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis”.
“La vida consagrada es una prueba elocuente, decía el Papa Juan
Pablo II de que, cuanto más se vive en Cristo, tanto mejor se le
puede servir en los demás”.
Es por eso que hoy elevamos nuestra acción de gracias a Dios Uno
y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por Eutiquia y todas las almas
consagradas que han dedicado su vida al Señor, al servicio de los
demás.
Pero también quiero dar gracias, en nombre de su Congregación,
de los fieles a los que ha servido durante sus cincuenta años de
vida religiosa, de esta feligresía que hoy la acompaña y mío propio,
a Sor Eutiquia, a su familia, por toda una vida al servicio de los
demás.
La vida religiosa vale la pena, cuando se vive en comunión con los
hermanos o hermanas, y el centro es Jesucristo.
Vale la pena cuando se sirve al Señor con alegría; para servirle con
tristeza no se necesita ninguna consagración. Hoy todos nos
alegramos con Sor Eutiquia, contagiados por su alegría y gozo en el
Señor.
La Exhortación Apostólica Vita Consecrata dice refiriéndose a la
vida consagrada que “en realidad la vida consagrada esta en el
corazón mismo de la iglesia como elemento decisivo para su
misión, ya que indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana y
la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único
Esposo”. (n.3)