Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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saber con certeza porque Dios permite calamidades como la que
estamos presenciando estos días, gracias a la televisión, en vivo y a
todo color. Pero no debemos dudar, como creyentes, aunque no lo
entendamos del todo, que Dios está presente y nos ama, en
Jesucristo nuestro hermano mayor, enviado por el Padre, y del que
Pablo afirma que fue en todo semejante a nosotros, menos en el
pecado.
Estamos aquí, como ponceños y como puertorriqueños, unidos,
para acompañar y compartir el sufrimiento de nuestros hermanos
del País vecino, Haití, y elevar nuestra plegaria por el eterno
descanso de los miles de hombres y mujeres, jóvenes y niños
fallecidos, por las personas desaparecidas, por los heridos, por los
más necesitados y los que lo han perdido todo, por los niños, y por
todo el pueblo haitiano.
Como padre y pastor de la Iglesia católica de esta querida ciudad
de Ponce, y en comunión con los hermanos y hermanas de otras
denominaciones, me atrevo a recoger los sentimientos unánimes
de la honorable Alcaldesa de Ponce, Dra. María (Mayita) Meléndez
Altieri y de todos los ponceños, de todas las autoridades presentes,
y de todos los puertorriqueños, y expresar la más sincera y profunda
solidaridad, a través de la Eucaristía, el sacramento del amor
fraterno, acompañada de nuestro afecto y ayuda espiritual y
material, al pueblo haitiano. Desde aquí me permito hacer también
un llamamiento a todos los ponceños y a todo el pueblo de Puerto
Rico a ser generosos, y a abrir los brazos, los corazones y los bolsillos
en solidaridad con nuestros hermanos de Haití.
Quiero citar una frase, muy oportuna, que he leído en un
PowerPoint, enviado desde España, de fotografías referentes a la
inauguración de una escuela, la escuela San Gerardo, en Puerto
Príncipe, que tuvo lugar el día 13 de diciembre, que, con trescientos
niños dentro, fue uno de los edificios que se desplomó el martes 12
de enero de 2010, en el que murieron todos los niños y sus maestros.
La frase que acompaña una de las fotografías dice: "La mayor
carencia espiritual es creer que se puede servir a Dios olvidándose
del sufrimiento humano".
Desde la Catedral de Ponce, elevamos nuestra oración y plegaria
al Señor, para que después de la tormenta siga la calma, tras la
noche aciaga brille la luz de un nuevo día y al final de la prueba
renazca la esperanza.
Pero hay algo que podemos aprender de la tragedia haitiana: