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Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

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El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo ha sido, es, y será, el

acontecimiento más grande de todos los tiempos. Hoy se busca

cuál es el evento más importante del año, del siglo, del milenio. Sin

dudarlo, me atrevo a afirmar que el evento más significativo, que

más ha influido en la historia, que más ha contribuido al cambio del

mundo, que mayor beneficio ha reportado a la humanidad, ha

sido el Nacimiento de Jesús. Naturalmente, ligado a su Pasión,

Muerte y Resurrección y consiguiente Ascensión al cielo y envío de

Espíritu Santo sobre la iglesia.

Dios se encarnó para vivir con nosotros, en nosotros y para nosotros.

Es el misterio de nuestra salvación. Dios nace, muere y resucita,

para que el hombre muera a la vida del pecado, y nazca y

resucite a la nueva vida de la gracia y del Espíritu. Si grande fue la

obra de la Creación, mayor es la obra de la Recreación. Se trata

de una verdad grandiosa que irradia consecuencias maravillosas

para la humanidad entera.

Navidad es el misterio de Dios hecho hombre, pero es también el

misterio de la maternidad divina de María, quien estuvo asociada

al plan de Dios, desde el momento de la encarnación y nacimiento

de Jesús, o mejor, desde el momento de su concepción virginal y

desde la eternidad, al nacimiento, muerte, resurrección y ascensión

de Cristo.

María esta unida inseparablemente a Jesús por voluntad expresa

del Padre. Jesús fue engendrado por una mujer, que le dio a luz y lo

situó entre nosotros. Y esa mujer se llama María.

La devoción a María no está, por tanto, fundada en un

sentimentalismo emotivo, sino en el hecho que Jesús fue

engendrado por María, y María es la Madre de Dios. Nadie como

ella vivió el misterio de la Navidad del Dios acampado entre

nosotros. María es la figura del verdadero creyente que se fía de la

Palabra de Dios y la pone en práctica: “hágase en mí, según tu

palabra”.