Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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A lo largo de este tiempo de Navidad la liturgia ha ido como
llevándonos de la mano para que contempláramos las distintas
escenas del maravilloso misterio del nacimiento de Jesús:
La noche de Navidad pudimos contemplar la escena del Niño
recién nacido: Un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.
El domingo siguiente a la Fiesta de Navidad, la liturgia nos invitaba
a fijarnos en la escena de la familia completa: Jesús, María y José,
para aprender en la maravillosa escuela de la Sagrada Familia las
virtudes que deben adornar a toda familia cristiana.
El primero de enero, octava de la Fiesta de Navidad, la atención se
centraba en la figura de María, la Madre de Dios, la mujer que
engendró en sus entrañas al Hijo del Altísimo y de la que nació
Jesús, el hijo de Dios.
A lo largo del recorrido hemos tenido la oportunidad de escuchar
cantar a los ángeles entonando el gloria a Dios en las alturas y en la
tierra la paz a los hombres de buena voluntad .Y a los pastores ir
presurosos a ver al Niño en Belén. Próximamente aparecerán los
reyes del oriente que siguiendo la estrella llegarán a adorar al Niño
en Belén y le ofrecerán como regalo, oro incienso y mirra. Y se
nombrará la figura nefasta de Herodes, que quiso hacer
desaparecer al Niño Jesús de la Tierra.
Y tímidamente, quizás alguno de nosotros se ha asomado para ver
el Niño en la cuna, y llevarle regalos o cantarle una nana, o
entregarle un viejo tambor.
Hoy, en este segundo domingo de Navidad, la liturgia nos invita a
reflexionar y a profundizar en el Misterio de la Navidad, es decir, en
el misterio del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Nos invita a
acercarnos al Niño recién nacido, para descubrir su origen,
conocer quien es, de donde viene y para que ha venido al mundo.